La conversión religiosa se produce cuando una persona cambia de religión. Este fenómeno fue frecuente en Roma: desde los pueblos conquistados por los romanos, hasta los propios ciudadanos romanos que se hicieron devotos de Mitra o de Isis.
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El emperador Constantino fue el primer emperador que apoyó claramente a los cristianos en lugar de perseguirlos. Dio poderes de gobierno a los obispos, y al final de su vida se bautizó y se convirtió en cristiano. A cambio, Constantino utilizó la influencia de los obispos, que se extendía por todo el imperio, para fortalecer su poder.
Los gobernantes y sacerdotes romanos fueron convirtiéndose poco a poco al cristianismo. Los obispos ocuparon cargos de responsabilidad en el gobierno de Roma, y el título de pontífice máximo terminó utilizándose para nombrar al obispo de esta ciudad. En el año 380, el cristianismo fue declarado religión oficial del imperio romano y once años más tarde se prohibió el culto romano tradicional.
Todo el imperio romano terminó siendo cristiano y el cristianismo sigue siendo, todavía en la actualidad, la religión de la mayoría de la población en muchos lugares que controló Roma.